El devenir de la ciudad y su municipio acaba de experimentar un quiebro histórico de 180 grados: nuevas instituciones, nuevos símbolos, nuevos templos… se adapta, en definitiva, a un nuevo modelo de ciudad castellano-cristiana. Loja se estructura en parroquias y se acaba por imponer un gusto artístico foráneo a la italiana, que convive en buena armonía con la tradición mudéjar de base andalusí.
La idea de un Dios único (padre), a la vez encarnado en su propio hijo, y engendrado por una mujer (a través del tema escultórico de la Anunciación) se convierte en una reivindicación teológica de portada en la decoración de los templos (San Gabriel, y más tarde en La Encarnación) frente a las otras dos religiones monoteístas del país: islam y judaísmo.
Mientras tanto, en un orden de cosas más pragmático, los lojeños y lojeñas se dotan de hospitales, nuevas plazas, del Pósito (o granero público), de alhóndigas renovadas, de fuentes medicinales y de todas aquellas innovaciones que abrieron el mundo moderno.
Alguna de las muestras más singulares son las siguientes:
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